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LA LUZ DE MIS OJOS

El más Misericordioso protege a sus enviados de la mejor forma y no escatima en inspirar a su creación para ello. Así lo hizo con la madre de Moisés, la paz sea sobre ellos, al dejar a su niño en el Nilo en el año en que Faraón mandó asesinar a todo recién nacido del pueblo de Israel (lo hacía en años alternos) por temor a que le arrebatara el trono. Se entristeció mucho por ello, no era una decisión fácil para una madre, pero la promesa de Allah fue de devolvérselo y hacer de él un profeta, así lo relata el Corán: «E inspiramos a la madre de Musa: Amamántalo y cuando temas por él, déjalo en el río, y no temas ni te entristezcas porque te lo devolveremos y haremos de él uno de los enviados. » (28:8).

El cesto en el que yacía el pequeño Moisés, viajó por el río y cuando llegó a una orilla fue abierto en presencia de A’sia, la mujer del Caudillo. No podía tener hijos y su corazón se estremeció y se encariñó profundamente al verlo. Ante su esposo dedicó estas palabras: «Será un frescor para mis ojos y para los tuyos, no le mates.”(Corán: 28:9). La vida del enviado a Allah estaba a salvo, ahora había que proveerle de una nodriza. Cuando fueron convocadas ninguna fue capaz de darle leche al bebé. Fue entonces cuando la hermana de Moisés, que allí se encontraba, les propuso que una mujer que ella conocía podía alimentar al niño, sin decir que se trataba de su madre biológica. Así fue como la palabra de Allah se cumplió devolviendo al hijo a los brazos de su madre.

No fue una fuerza sobrenatural la que salvó la vida de Moisés, sino que Allah quiso que fuera la compasión de la mujer del Faraón, de cuyo estatus ante Allah llegó a hablar el profeta y de la que el Altísimo dice: «Y Allah les pone un ejemplo a los que creen: La mujer de Firaún cuando dijo: ¡Señor mío! Haz para mí una casa, junto a Ti, en el Jardín, y sálvame de Firaún y de sus actos; y sálvame de la gente injusta» (Corán 66:11). Ella permitió que un bebé, que parecía ya condenado a morir a manos de los soldados, viviera y se convertirse en un enviado de valores sublimes que conduciría a su pueblo a salvarse de la tiranía de uno de lo gobernantes más sanguinarios de la historia por el favor que le concedió el dueño de la creación.

La protección de Allah se puede ver en muchos momentos de la vida de cada uno de sus enviados. Viajamos a Makka, hace catorce siglos. Una delegación de Medina (aún Yazrib) se dirigía a hacer la peregrinación (preislámica) y no quiso dejar pasar la ocasión para ver al profeta del que habían oído hablar y que entonces se encontraba en los primeros años de la profecía en un ambiente inhóspito con él. Por entonces disponía de pocos aliados y su clan (Banu Hashim) hacía todo lo posible para defenderle. Esta defensa fue escenificada por su tío paterno que entonces no había abrazado el Islam, cuando fue a recibir junto a él a esta delegación, ya instruida en el Islam, para fijar las condiciones para que el profeta vaya a Medina. Así, Al-Abbas se dirigió a la delegación de Yazrib con un lenguaje no exento de advertencias: «Si veis que vais a abandonarle y a defraudarle después de se marche a vuestra tierra, es mejor que lo hagáis ahora mismo, ya que goza de honra y protección en su pueblo». Entonces, uno de los miembros de la delegación le contestó: «¡Por Allah que si hubiésemos pensado algo distinto de lo que proferimos lo habríamos dicho! Nosotros queremos ser fieles y sinceros, y nos esforzaremos en defensa del noble Profeta. ¡Habla, pues, Mensajero de Allah! ¡Dinos tus condiciones y las de Allah, pues nosotros te juramos fidelidad!


Esta fue la prueba de la lealtad del pueblo de Medina. Pero también fue muestra de enorme cariño del tío (materno) a su sobrino. No quiso que el profeta Muhammad estuviera desamparado una vez llegado a Medina si había algún indicio de que fuera a ser traicionado ni tampoco podía soporta el daño psicológico que le iba a suponer. El papel de la familia fue transcendental en los primeros años de la profecía del último de los enviados, como se ha relatado en este y otros sucesos.

Allah quiso guiar a Al-Abbas, al igual que a Asiya a abrazar la religión única. El amor sincero por los mensajeros de Allah es la puerta a creer en el Altísimo y ser de los que Allah honra. Estas son solo pequeñas muestras de que el favor de Dios a sus mensajeros y enviados, son de por sí infinitas, pero suficientes para entender esta profunda estima por el Mensajero de Dios y que seamos capaces de sentirla aunque hayan pasado cientos de años de su muerte.

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